Cómo vive la pandemia el último habitante de Quiñihual
HISTORIAS
"Los caminos rurales están todos bloqueados y mucha gente no puede salir", afirma. El almacén es el punto de encuentro de los puesteros, monumento vivo de un tiempo que se resiste a ir. Todas las tardes, al caer el día, era común que un pequeño grupo de no más diez personas se juntaran. "Ahora, hay días que pasan una o hasta dos personas", dice.
Quiñihual -se llama así por un antiguo cacique que moraba por la zona- llegó a tener más de 500 habitantes en la segunda mitad del siglo XX. "El ferrocarril nos daba vida, había bolseros que trabajaban todo el día", recuerda Pedro. Los cereales eran embolsados manualmente. Empleaba a mucha mano de obra. "A veces tenían que dormir al aire libre, no alcanzaban las casas", afirma.
De las casas de los habitantes queda poco y nada. La soja se lo llevó todo. Hasta los cimientos fueron devorados para su siembra. La estación de tren, una escuela, un club (los tres abandonados) y el almacén de Pedro son los testimonios vivos de un pasado que aquí no quiere irse y que la pandemia ha modificado en parte. "Se extrañan los asados, todos estamos esperando el día que podamos volver a hacerlos", se esperanza. Los fines de semana, una cofradía de amigos se juntaban en el almacén para compartir la soledad, algún costillar y unas copas de vino.
El pueblo, o lo que fue de él, está a 50 km de Coronel Suárez, en Fase 5, en la nueva normalidad. Para llegar hasta esta etapa, la cuarentena y el confinamiento fueron severos. El tránsito por los caminos rurales, vías por las cuales los lugareños iban hasta las ciudades cabeceras, se bloquearon, disminuyendo el tráfico.
El pueblo, o lo que fue de él, está a 50 km de Coronel Suárez, en Fase 5, en la nueva normalidad. Para llegar hasta esta etapa, la cuarentena y el confinamiento fueron severos. El tránsito por los caminos rurales, vías por las cuales los lugareños iban hasta las ciudades cabeceras, se bloquearon, disminuyendo el tráfico.
"Todo se cortó, no pasa nadie", asegura. "Amagamos con darnos la mano, pero sabemos que no podemos", afirma cuando ve pasar a algún conocido. "Cuando pase la pandemia, vamos a quedar con miedo un tiempo más", sostiene Pedro.
Un pedazo de campo
La vida de Pedro es sencilla pero laboriosa. Tiene un pedazo de campo, vacas, chanchos y aves de corral. Todo lo hace solo: los salames que ofrece en las picadas son hechos por él. "El trabajo rural no ha cambiado por la pandemia. Acá estoy libre de horarios", reconoce. "Los animales tienen que comer, hay que cuidar la siembra, con o sin virus, la vida rural sigue normal", afirma. Por la tarde, está atento en el almacén, por si alguien pasa. Sabe que vende artículos esenciales. Él vive a un costado. No hay luz en el pueblo. Un viejo generador abastece de electricidad su casa. Por la noche la oscuridad es total.
Un pedazo de campo
La presencia -y la resistencia- de Pedro en Quiñihual es comentada en la zona. En tiempos normales lo vienen a visitar aventureros, ciclistas y viajeros de los caminos rurales. "A veces me llaman para decirme si pueden venir, pero ahora hay que cuidarse", sostiene.
La vida rural es deseada por muchos en tiempos de pandemia. La repoblación de estos pueblos olvidados, donde sobra tierra, es un tema recurrente. "Vienen a ver si pueden venirse a vivir", confiesa Pedro desde su desolado mostrador. "Sería bueno que el Estado ayude a las familias a venir al campo, acá hay trabajo", dice, aunque reconoce que no es para cualquiera. "Hay que tenerle amor a esta vida", agrega. La falta de internet y de señal telefónica son los principales problemas.
Pero el temor al contagio igualmente está presente en sus pensamientos. "Veo las noticias todos los días, muertos hubo siempre, ahora estamos muy pendientes a eso", dice. Las restricciones y los permisos urbanos lo asombran. "Acá yo no tengo horarios", remata.