La leyenda del lago Epecuén

 HISTORIAS 

Conocidas desde tiempos inmemoriales por las tribus originarias de la pampa, las aguas curativas del lago Epecuén fueron objeto de poéticas leyendas que intentaron explicar su nacimiento.

El sol derrocha sus últimos fuegos

Sobre el horizonte del balneario, el sol derrocha sus últimos fuegos. A lo lejos, brotando del espejo de agua salada, una hilera de árboles secos por la sal se yergue como si fueran indios que custodian al majestuoso lago Epecuén.

Mientras los turistas abandonan de a poco los quinchos de paja y las alegres orillas del lago, el atardecer trae una melancolía de otros tiempos, tiempos de leyendas en que las estrellas tenían otros nombres y en que en cada roca y arroyo vivía un espíritu que corría por las pampas, un tiempo en el que Epecuén no era sólo un lago y Carhué era algo más que un paraje de descanso.


Las lágrimas de la primavera

Las actuales tierras de Carhué, muy abundantes en pastos, arroyos y lagunas, eran muy apreciadas por tehuelches y araucanos, que utilizaban las salobres aguas del lago de forma terapéutica mucho antes de la llegada del criollo con la Campaña del Desierto.


Según cuenta la leyenda, después de un gran incendio de bosques, un niño fue encontrado por un grupo de indios levuches y bautizado Epecuén, que en su lengua significa “casi quemado”, en recuerdo del fuego del que se salvó por milagro.

El huérfano creció fuerte y demostró ser valiente en la guerra. En una batalla victoriosa contra los puelches, Epecuén —que ya era un joven atractivo— se apoderó de la hija del cacique enemigo: la joven y fresca Tripantu, que en la lengua pampa significa “primavera”. El amor del guerrero y la doncella duró lo que dura una luna completa y, tras ese período de intensa felicidad, Epecuén se enamoró de otras cautivas robadas en las batallas.

Esto causó una profunda tristeza en Tripantu y comenzó a llorar de tal manera que sus lágrimas formaron un gran lago salado que ahogó a Epecuén y a todas sus amantes. Esa fue su venganza.



Las voces del lago

Al saber que Epecuén se había ahogado, la joven Tripantu perdió la razón y se dedicó a vagar por las orillas del lago irracionalmente. Una noche de luna llena, la doncella oyó el llamado de su amado en el murmullo que salía del agua. Desde esa noche nunca más se vio a Tripantu.

El lago se volvió sagrado para todas las tribus de la zona y aún hoy, con el auge del turismo que llega para conocer sus espléndidos balnearios y las propiedades terapéuticas de sus aguas hipermarinas, el lago no perdió del todo su halo de misterio.

Este aire fantasmal se hace más palpable al atardecer, cuando en el horizonte se recortan las figuras de los árboles semi sumergidos y los perfiles de las construcciones de la ex villa Epecuén, abandonada desde 1985 al quedar bajo las aguas del lago desbordado.

El sol aquí ruge cada vez que se esconde.

Así es que, según la vieja historia que nos cuentan en Carhué, en las noches de plenilunio quien escucha atentamente el murmullo constante del lago puede llegar a oír las voces de Epecuén y Tripantu, al fin unidos y felices para siempre, como en su primera luna de amor.